La vida es una gran metáfora llena de símbolos.

La simbología se sucede desde la naturaleza, los eventos, los nombres de las personas y sus puestos de trabajo, los números, las enfermedades, todo configurado desde una gran mente que opera de forma sincrónica y despliega su pensamiento en el espacio tiempo.

Nosotros también podemos acceder a la interpretación de esa simbología, por ejemplo a través del tarot, de los arquetipos de Jung, los 27 caracteres del Eneagrama. Incluso las plantas y flores funcionan de forma arquetípica y simbólica.

En la terapia floral de Bach, las características de la planta o árbol, la forma del tronco y de las flores son equivalentes a atributos de la personalidad.

La mitología mismamente nos habla de procesos psicológicos vigentes, la astrología nos da un cronómetro o secuencia de despliegues energéticos que nos afectan.

Estamos tan metidos en el juego que no podemos verlo desde el estado de adormecimiento y experimentamos la rudeza de la vida y la mortalidad. Saberlo no nos exime de vivir esta rudeza, a veces puede ser más difícil aún: vivir las dificultades humanas y limitaciones de nuestra realidad desde la conciencia divina requiere de entrega.

Es la maravilla del Despertar a la Gran mente cósmica, el Gran darse cuenta de la ilusión tan real en la que vivimos, que en realidad somos vacío tomando distintas formas, un mismo Ser que se va materializando y dividiendo, hasta la pérdida aparente de conciencia de si mismo. Y eso eres tú, y eso soy yo. Todos lo mismo.

Es entonces nuestro camino el de abrirnos a lo que Es, vivir plenamente, ir desanudando los atascos de conciencia y condicionamientos que deberemos ir resolviendo en nuestra evolución. Y vivir plenamente requiere de un largo camino de autoconocimiento que no es para todo el mundo porque la libertad exige el pago de altos precios.

Pero abrirse a la gratitud, al juego y a la aventura es posible después de un profundo trabajo de sanación.

Y la sanación llega cuando dejamos de luchar para rendirnos a lo que es.